Editorial: Siempre me han gustado las películas de amor, cuando prevalece el romanticismo. Incluso ahora mismo veo alguna de principio a fin sin pestañear. Añoro las fiestas cuando se cumplen las bodas de plata, de oro, de platino. He asistido a citas memorables donde los protagonistas evidencian su felicidad sin embustes ni falsas apariencias. Es muy especial todo lo relacionado con el corazón.

No el de las revistas que cada semana de publican y donde los montajes son la piedra angular de unos colores y trajes sin alma, gestos sin humanidad, todo impostado. Hablo de felicidad, de estar juntos en el camino, de solventar cada día las montañas de la adversidad. Todo ellos con una mirada de complicidad y dulces expresiones que nunca se agotan.

Mientras pienso en voz alta un sábado del 31 de octubre de 2020 cerrado perimetralmente en mi ciudad Manacor, me cuentan que dos residentes al menos del casco urbano de la capital del Llevant han organizado para esta tarde a las 19:00 horas una concentración en la plaza Sa Bassa de Manacor, para protestar contra el cierre por COVID-19 impuesto sin anestesia y a traición por el Govern.

Todo se convoca por las redes sociales y en Facekook crece el aplauso de la iniciativa, “porque el precinto de una ciudad es la abolición a nuestros derechos constitucionales”. Una convocatoria que no sabemos la dimensión, pero quién le da más gasolina es desde su muro Denise DG.

Paradójico, todo es por nuestro bien, pero la población está hasta las narices de los bandazos y mentiras de unos gestores que han demostrado no tener ni idea de lo que es la desescalada. Se paró todo contagio en verano como en China y tocaba salir a la calle, con distancias sociales, mascarillas reglamentarias y homologadas y por supuesto higiene de manos. Todo eso la población, pero el Gobierno y el Govern debían poner el resto, rastreadores, mejorar los sueldos de los sanitarios, dotar de plantillas la atención primaria, organizar los protocolos en movilidad, proteger a los mayores.

Nada se hizo y ahora les ha cogido el carrito del helado. Quienes pagamos, los de siempre. Nos preguntan, no. Hace meses que nos tratan como a idiotas. No lo somos, simplemente ciudadanos normales y honrados que pagamos con nuestros impuestos sus sueldos y fiestas.

He asistido en los últimos meses de mi vida, antes de la pandemia, a la celebración sorpresa de fiestas del amor, cuando uno de los compañeros cumple 50 años, medio siglo de existencia, otros de 60 años, bajando la cuesta de la vida e incluso jubilaciones sonadas y pre-jubilaciones. Fui a graduaciones de hijos de amigos e incluso una boda de la hija de un entrañable compañero. Esas caras de felicidad, esos gestos. Sonrisas sin final, profundas, sin filtros.

La felicidad no puede amordazarse. También recibí a un amigo que no veía hace 38 años y otro separado de él hace más de 25. Lo tengo claro que volverán las sonrisas, los besos eternos, los abrazos calurosos. Los encuentros con los seres queridos. Faltaría más. A pesar de los políticos saldremos de esta. Ni una duda.

Los alcaldes de Manacor Miquel Oliver, el de Sant Llorenç Mateu Puigròs, el de Inca Virgilio Moreno, han publicado respectivos bandos a la población haciendo recomendaciones muy serias hasta el 15 de noviembre y luego comenzar la desescalada como corresponde y sabemos. Prefiero escuchar y seguir las pistas que me dan nuestros alcaldes que la panda de descelebrados del Gobierno y el Govern.

Allí en las alturas, en el país de Pepe Gotera y Otilio, y los Reinos de Taifas, solo hay hipocresía, personas que piensan más en el negocio que harán con la pandemia que solucionarla y por supuesto no se asesoran de científicos, ellos son el ordeno y mando, la tiranía, la soberbia, lo contrario a la ejemplaridad. Si sobrepasan las líneas rojas del respeto terminaremos entrando en los parlamentos y sacando a esos majaderos a patadas. Rafael Gabaldón San Miguel.